miércoles, 3 de febrero de 2010

Caracas y el oficio del autor

Es difícil no imaginarse una ciudad, pensarla, describirla mentalmente, buscar sus calles en la memoria o recordar nostálgicamente algo de ellas. Esto es ser autor, recordar y recrear. Digo esto como introducción a un tema que siempre deja algo de tela para cortar: el autor como escribano de su ciudad; ese personaje que con una óptica distinta muestra la ciudad en la que vivimos. Caracas es una ciudad-paciente psiquiátrico, es bipolar y esquizofrenia, neurótica y depresiva; todo esto durante el día y a veces todas a la vez, logrando como único sedante la nostalgia, la resignación, la memoria y los años. La óptica del autor, es distinta a la del ciudadano, un poco menos impulsiva, más pensada (pero siempre menos real), ésta nos sirve como perfecto eufemismo o vil crueldad para afrontar con los años la imagen que conocemos del lugar donde vivimos. Caracas es una ciudad fracturada, sus niveles de sentir, vivir y conciencia están descompensados como si del mismo Ávila se tratase, en montañas equidistantes unas de otras. Unos la sienten pero otros la viven y todo esto por el nivel cultural discordante entre sus sectores. Es por esto que hablar de una Caracas es un poco imposible, mucho menos hablar de una Caracas desde una sola óptica de autor, y mucho menos, vista desde un sólo género de autor (poesía, ensayo, cuento, novela, crónica) el corpus de todas estas visiones nos pueden acercar y dar una sensación de qué es esta ciudad. ¿Quiénes saben contarla? No lo sé. Sólo un buen lector puede responder esa pregunta, pero los que acá aparecen son los que yo pienso prudentes para acercarse al filo de la imagen y traerse un buen recuerdo consigo.

Poesía. Todo es poesía alrededor. Cuando leemos a Alexis Romero presentimos que lo que nos quiere decir es que si miramos atentamente, todo está rodeado de poesía; las calles y lo cotidiano son el pan que da de comer a la imaginación y a la disciplina, recorrer la urbe y entregarse al caos, a una tormenta en silencio. Su poemario demolición de los días es una muestra de atención, una crítica al tiempo que se lleva todo consigo (incluso nuestra ciudad), escribir para recordar un momento, eso es este libro. “sentarse en estos asientos es dejar media vida” dice Romero, trayendo la nostalgia de los días que se fueron, los días que volverán cuando uno ya se haya ido; esta reflexión es sólo una postura de las tantas (conductas psiquiatritas) que Caracas sufre, la ansiedad del pasado. Vivimos pensando en lo que sucedió y lo que perdimos, pensamos que siempre todo sucederá y aún así algo perderemos. Es un pensamiento caraqueño, el del ciudadano mayor, el de la memoria. Pero no sólo somos eso, somos una “ciudad que se hunde en los pies de sus muertos” una ciudad cruda y agresiva, que mata para no temer. Una ciudad con una ley bien escrita: Cuidarse de una bala y ser feliz al mismo tiempo. Somos extremos desde la óptica de un poeta.

Cuento. El no ciudadano. Si nos basamos desde el punto de vista ciudadano de Armando Silva, en el que explica que todo ciudadano tiene una visión de su ciudad, basada en su experiencia con la misma, el no ciudadano vendría a ser como la antipoesía de Nicanor Parra, parte esencial para que exista un todo. La ciudad no sólo es el día y la noche, es también la zona en el tiempo que no conocemos y que posee lugar, ese lado oscuro de la luna. Una realidad que excede al ámbito ciudadano es la Caracas que rechazamos, sus mendigos, no su pobreza (porque es también parte ciudadana) sino ese lado infrahumano que también nos rechaza a nosotros, al común, convirtiéndose en expertos conocedores de la ciudad, en íntegros recorredores de la misma y nos echan en cara nuestra vulgar visión limitada de lo que es tener un punto de vista ciudadano. La voluntad rabiosa de ser un rebelde silencioso. Pensar en esto es pensar en Boquerón de Humberto Mata; la convivencia de un policía con una serie de mendigos que viven en comunas organizadas, a raíz de un caso de homicidios es la puerta de entrada para permitirnos observar la dinámica de un mundo que no quiere ser mundo, que no se rindió, más bien decidió tomar el camino más duro para vivir. El hombre rechaza todo lo que desconoce, por esto volteamos la vista al percibir esta realidad: una Caracas que no quiere reconocer que su hermano Caín sigue ahí, pujando y haciendo esfuerzos por volver, para decir con fuerza y sin eufemismos que vivir acá es más que ir a trabajar y comer, es también labrar el cemento para que nunca florezca nada. Una disciplina al fracaso.

Ensayo. Los anales de la memoria están hechos de concreto. Más allá de lo rápido que vivamos y queramos olvidar, la memoria de la ciudad está en la misma ciudad. Sus calles y edificios de antaño nos muestran una óptica (y volvemos con la óptica) pasada, sin críticas, objetiva de lo que fue, el que la vea puede juzgar la condición. Federico Vegas en su libro de ensayos La ciudad y el deseo, en su apartado de la ciudad y la arquitectura, nos da una gran explicación de lo que es la memoria dentro de la ciudad: “Saber donde estamos requiere recordar dónde hemos estado. Insistir en borrar nuestro pasado es hacer el presente cada vez más inasible”. Visto así, somos lo que fuimos y eso seguiremos siendo, pero acá entra el empeño en cambiar forzadamente nuestro carácter que tanto costó tener, ya las plazas no son para sentarse en las tardes, los parques dejaron de ser diversión obligatoria de fin de semana, ni las misas lugar de redención; esto ha sido suplantado por centros comerciales, clubes y un fin de cosas más que se convirtieron en el nuevo paradigma de idiosincrasia del caraqueño. Pero la memoria siempre está ahí, en el edificio que ahora vive sólo y se tiene que hace la comida el mismo, en la Sabana Grande que ahora es “punketa” y “rockera” a la vez, cuando antes se conformaba con escuchar las tranquilas tertulias en el Gran Café. Pero siempre queda la sensación de que la ciudad fue otra cosa y lo vemos en parpadeos mientras la observamos, en las cosas que aún quedan de pie, firmes, como una conciencia, más que como una memoria.

Esto es Caracas y es más, un sujeto que se hace el loco cuando le hablan del pasado y lo recuerda cuando le conviene, es la mezcla de un edificio de vértigo con un techo rojo, es el no querer habitarla pero permanecer ahí, o como dice Sabina: “una novia borracha que te miente a cada rato”. El oficio del autor está en descifrar todo esto, vivirlo con un poco de euforia y luego sentarse a verlo con calma. No queda otra, somos una ciudad de extremos.

Alberto Sáez